Recuerdo la primera vez que vi un pavo real, Pavus cristatus, porque me impresionó. Debía tener yo no más de 10 años. Creo que fue en un pequeño parque zoológico llamado la Fauna situado en Vilassar de Mar. Allí me llevaban mis padres de vez en cuando para disfrutar de los animales. En concreto, contaban con un montón de aves. Y el pavo real era una de estas. Recuerdo ver un macho con todas sus plumas extendidas. Qué belleza. No me extraña que, según cuentan los libros de historia, Alejandro Magno se llevara algunos ejemplares de cuando llegó a la India por su loca empresa de conquistar cuanto se ponía delante. Aunque su introducción en Europa es posterior y gracias a los romanos. Desde entonces, este ave entró en el ámbito del simbolismo relacionado con la suntuosidad. La belleza de este ave era un adorno imprescindible en las villas nobles. Además, su carne se servía en banquetes extraordinarios reservados a la nobleza.
Recientemente he tenido ocasión de hacer unas fotos de pavos reales en lugares diferentes. Lo que no he conseguido es la preciada imagen de un macho mostrando todo su plumaje. De hecho, estuve en el pueblo de Centelles, en la comarca de Osona, donde algunos ejemplares iban sueltos por la calle (imágenes 4, 5 y 6). Según parece crían en una finca cercana al centro de esta población y, de vez en cuando, algunos ejemplares jóvenes salen a hacer sus correrías. Es un ave de gran belleza. Pertenece a la familia Phasianidae, a la cual también pertenece el faisán, Phasianus colchicus, otra ave de muy bella. De hecho, el faisán también es originaria de Asia y también fue introducida en Europa por los romanos. Aunque a diferencia del pavo real, el faisán se ha naturalizado. Cerca de mi casa, en el Río Besós, he visto un macho en varias ocasiones.