En una exposición sobre la iconoclasia encontré expuesta una talla de madera del siglo XVIII colocada sobre un pedestal. Me llamó la atención. Como se puede ver en la imagen número 1, se trata de la figura de un santo a la que le falta el rostro y parte de una mano. Pero no solo eso, sino que también también le falta el recubrimiento de yeso en algunas partes. Gracias a esto, se puede apreciar cómo se realizaban las tallas.
Estuve un rato contemplando la talla. Me parecía fascinante. De hecho, si esta talla hubiera estado en buen estado, quizás no me hubiera parecido interesante. Me hubiera dicho algo así como «otro santo más.» Pero se encontraba allí al principio de la exposición como si un vándalo la hubiera tirado por el suelo. Además de los agentes bióticos humanos, también había participado en la degradación de la madera los anóbidos, lo que conocemos como carcomas. Atacado estaba el pie de la escultura y también la parte trasera, en aquellas zonas en donde no había recubrimiento de yeso y donde la madera era más tierna, en la albura.
Me entretuve haciendo fotografías de las zonas más degradadas. En aquella madera perforada, para mí, sin duda, existe lo que alguien puede definir como arte. Es un arte no premeditado, pero que realza el patetismo del martirio que debió sufrir el santo de carne y hueso.